martes, 17 de enero de 2012

Un día...



Un día el creador de un gran palacio vislumbró un agujero negro, decidió que quería ganar ese espacio para ampliar su reino.
Creó una realidad y envió a sus guerreros a transformar en luz la oscuridad.
Creó una escuela llamada Tierra en el centro del agujero negro. Y otorgó los mismos poderes que el poseía a ese grupo de guerreros.
Los guerreros se fueron volando hacia la Tierra, al irse acercando, cada vez más, eran capaces de ver, observar, intuir que era la oscuridad. Eran imágenes aterradoras, imágenes de guerra, de rabia, de dolor, de lágrimas.
Puesto que reconocían en sí mismos la fuerza del creador, los guerreros decidieron entrar en la escuela y realizar su tarea, pues se sentían seguros de transformar esa realidad.
Para poder entrar en la Tierra, estos guerreros debían tomar parte de la oscuridad en sí mismos, esa sería su parcela a transformar y además esa oscuridad les permitía tomar densidad para entrar.
Para entender como transformar las imágenes que veían, tuvieron que convertirse en ellas. Crearon las emociones para crear su cuerpo y a la vez percibir la oscuridad.
En ese camino, algunos guerreros olvidaron su linaje.
Pero lo que cualifica a un gran guerrero, es su voluntad. Así que siguieron trabajando y trabajando. Y llegó una época en que esa oscuridad se había transformado tanto en claridad y cada vez más guerreros recordaban quien era.
Llegó una época donde más guerreros recordaban, donde la densidad de la oscuridad se mitigaba, donde la luz creaba tal claridad que los nuevos guerreros que llegaban venían a agradecer a sus predecesores la gran labor realizada.
Los nuevos guerreros, traían otro mensaje que entregar, traían la gratitud en su mirada, pues ellos podían ver más claridad. Traían la fuerza del amor.
Gracias por ser, estar y compartir.
Sofía

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